La décima en el espejo

Está en busca de editor
«La décima en el espejo»,
el manuscrito y perplejo
que ha firmado un servidor.
En la Editorial Visor
seguramente no han visto
un poemario tan listo,
pero como yo no tengo
publicista ni abolengo
ellos no saben que existo.
¿El Premio Loewe? Ni loco.
A la primera lectura
lo tiran a la basura
sin ponerle mucho coco.
¿Qué del Premio Paz? Tampoco.
¿Décimas? ¡Anacronismo!
¿Palíndromos? ¡Onanismo!
Si vas a leer dos veces,
¿crees tú que te mereces
leer dos veces lo mismo?
La décima en el espejo
está molesta conmigo.
Me dice: «Eres mi enemigo.
No quiero ser tu reflejo».
Miro a un lado. Un azulejo
también me muestra mi enfado.
«Sin publicista —me apiado
de mi obra— nadie se entera
del Licenciado Vidriera
que está quebrándose a un lado».
«Eso sí —yo continúo—,
tú eres delgada y esbelta,
mi décima de ida y vuelta,
y hacemos un muy buen dúo».
«Too hot to hoot», dice un búho.
Ella sonríe al contrario,
con su amor imaginario,
y yo añado: «Eres un hito,
un Lancini al infinito,
un prodigio literario».
Sonríe más y se ablanda.
Yo me quedo más tranquilo.
Ya no va a pedirle asilo
a Chico Buarque de Holanda.
«No soy Lin-Manuel Miranda
y qué le vamos a hacer,
pero un día van a ver,
el Paz, el Loewe, en Visor,
que tú eras mucho mejor»,
le digo con gran placer.
Está más ancho el armario.
Repite su albur el búho.
Con las cejas me insinúo
un asunto no binario.
«Ah, qué affaire extraordinario,
serás la envidia del gremio.
Qué amorío más bohemio
nos espera, tú y yo amantes
—me responde—, pero antes
haz que me otorguen un premio».