La metanarrativa de las trampas

Así como el psicólogo
evolutivo ve cierta ventaja
marginal en el rictus de tu rostro;
así como el sociólogo Erving Goffman
ve en la mano en que apoyas la quijada
una señal de estatus;
así como el filósofo
postestructuralista ve en tu codo
un símil móvil de la ideología,
esta noche te veo artificiosa,
pero algo en el vaivén de tu cabello
me sugiere, de tales perspectivas
(que conciben al alma como un ente
capaz de un insondable extrañamiento
para fines de cálculo social),
que, como mucho, todas ellas son
pequeñas trampas, agujeros negros
del pensamiento. Y pienso, desde luego,
que un agujero negro desemboca
en otro o en sí mismo, de tal forma
que el dios menor que habita nuestras mentes
salta de charco en charco hasta que un día
el charco al que se lanza es un abismo
y un milagroso cuásar.
Al pensar en el cuásar me distraigo
del sistema embustero que se encarga
de mis funciones varias,
e invocando a Epicteto, quien diría
que la virtud estriba en lo que hacemos
cuando nadie nos mira,
cierro los ojos y los vuelvo a abrir
esperando mirarte sin mirarme.